Los credos
El credo apostólico o el símbolo de los Apóstoles. Es este el símbolo cristiano más antiguo, aunque sea inexacta la tradición que atribuye su composición a los doce apóstoles. Sin embargo, en él se encuentra un compendio sencillo, pero admirable, de la doctrina de los apóstoles. Un niño puede comprender un poco de su contenido y, sin embargo, el más grande erudito no podrá llegar a una comprensión total del mismo.
Este símbolo se menciona por vez primera en una carta de Ambrosio alrededor del año 390 d.C. Probablemente su desarrollo ha emanado de la confesión de la Iglesia de Occidente. Contiene todos los dogmas fundamentales por los que la Iglesia Cristiana se distingue del Judaísmo, del Islam y del paganismo, comenzando con la fe en Dios el Creador y terminando con la vida eterna. Es trinitario en la clasificación de su contenido, ya que se confiesa la fe en cada una de las tres Personas de la santísima Trinidad. En los artículos siguientes se resume brevemente la doctrina acerca de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.
A pesar de las ventajas que ofrecen la concisión de contenido y la sencillez de su lenguaje, tiene, también sus desventajas, debido a las cuales resultaba imprescindible desarrollar y explicar más exactamente la cristología (doctrina acerca de Cristo), la doctrina acerca de la autoridad de la Palabra de Dios y el confesar acerca del pecado y de la gracia.
El Credo de Nicea o El Símbolo del Concilio de Nicea. Esta confesión es el resultado de la lucha contra la herejía de Arrio. Este enseñaba que Cristo no es el Hijo eterno de Dios, sino que era la primera creación de Dios y, como tal, tenía un comienzo en el tiempo y estaba sujeto a modificaciones. En el Concilio de Nicea, el año 325 d.C., fue rechazada la doctrina de Arrio y fijada la consustancialidad de Cristo con el Padre. Sin embargo, con el Concilio de Nicea no fueron resueltas todas las cuestiones cristológicas, de modo que fueron necesarias adiciones y explicaciones en el Concilio de Constantinopla, el año 381 d.C..
Estas trataban tanto la cristología, como la deidad del Espíritu Santo. Esta extensión al Símbolo de Nicea se llama el Niceno-Constantinopolitano. Las Iglesias Cristianas aceptaron esta confesión en la forma definitiva del año 381 d.C. En el Concilio de Toledo fue insertada una adición que confiesa que el Espíritu Santo procede del Padre y del hijo, el llamado «Filioque». La Iglesia Oriental nunca ha reconocido esta adicción.
El Credo de Atanasio o El Símbolo de Atanasio. Este símbolo no fue compuesto por el mismo Atanasio, «Padre de la Iglesia». Pero dado que sus nociones teológicas, bien fundadas en las Escrituras, fueron incorporadas en este Símbolo y, dado que Atanasio era el gran e incansable defensor de la ortodoxia en la lucha contra los Arrianos y semi-Arrianos, es por ello que a esta confesión se le haya dado su nombre. Es originada en la Iglesia Occidental, probablemente en el Norte de África o en la Galia y muestra los primeros vestigios del pensamiento teológico de Agustín. Según las primeras palabras se llama también a este Símbolo «símbolo Quicunque». El contenido es un compendio extraordinariamente exacto de las conclusiones de los primeros cuatro concilios ecuménicos (325-451 d.C.) en palabras de Agustín. La doctrina acerca de la Trinidad y la de la encarnación son tratadas de manera especial. Es de destacar que este Símbolo contiene anatemas para aquellos que no lo aceptasen. Este Símbolo no fue aceptado por la Iglesia Oriental.